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Fidelidad en la oración

Ya tratamos fidelidad en los problemas y el segundo campo en el que debemos ser fieles en la rutina, porque todos estamos prontos a desmayar, es en nuestra vida de oración. Nuestro Señor nos enseñó que los hombres deben orar siempre y no desmayar. Las personas que por primera vez oyeron aquellas palabras fueron aquellas a quienes Jesús estaba hablando de su segunda venida (Lc. 17:20ss), haciendo que esta parábola fuese aplicable particularmente a los que de nosotros estemos en el borde del arrebatamiento de la iglesia. A veces nosotros que tenemos esta bendita esperanza en nuestros corazones podemos ser acusados justamente de ser perezosos en la obra del Señor mientras aguardamos su venida. Pero esto no debe ser así; más bien deberíamos ser más celosos aún. Y desde luego, la parte más
esencial de cualquier obra cristiana es la oración.
La historia de la parábola es un estudio de contrastes. Una viuda, cuyos derechos en aquella sociedad habrían sido nulos, viene contrastada con un juez injusto (literalmente, un juez de injusticia) quien, aparentemente, no tiene que dar cuenta a nadie. La viuda mal tratada busca que se le haga justicia, pero sólo porque persiste
en ir una y otra vez al juez recibe al fin lo que pide. De esta historia el Señor saca tres promesas respecto de la oración.
La primera es que, en contraste con el juez injusto, que no se preocupaba por los que se presentaban ante él, nosotros tenemos un Padre celestial que se cuida infinitamente de aquellos que acuden a Él.
La segunda es un corolario de la primera; en lugar de posición sin ningunos derechos, como le pasaba a la viuda, nosotros somos los hijos y elegidos de Dios con todos los privilegios que acarrea semejante relación. Nosotros acudimos a un Padre celestial como elegidos del Padre para ser herederos de todas las cosas. ¿Por qué, entonces, vamos a descorazonarnos cuando oramos? Pero a veces nosotros decimos que Dios parece no oír nuestras súplicas ni contestarlas.
La tercera promesa contesta tal objeción, por cuanto el Señor promete que Él « pronto les hará justicia». La promesa no consiste en que la contestación ha de venir tan pronto como se haga la petición. La promesa consiste en que cuando llegue la hora de dar la respuesta, todas las piezas del rompecabezas se colocan en su sitio de repente. La misma expresión se emplea en Apocalipsis 1:1, donde la promesa consiste en que los acontecimientos revelados en dicho libro acontecerán repentinamente cuando empiecen a desarrollarse. La promesa no es que empezarán en tiempos de Juan. De igual modo, el retraso en la contestación a nuestras oraciones no esta en contradicción con el sentido de la promesa de que la justificación o desagravio vendrá con rapidez. Mientras tanto, nunca debemos desmayar orando porque sabemos que Dios tiene su tiempo correcto para responder y entonces vendrá súbitamente. Las tres promesas, pues, son que tenemos un Padre celestial, una posición celestial y una promesa celestial. Estas nos animan a la fidelidad en la rutina de la oración. El cristiano espiritual no debe desmayar en práctica de la oración.
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Escrito por:   C. Ryrie - Equilibrio en la Vida Cristiana    Fecha de publicación  6/7/2011 10:32 AM
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