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La Iglesia que necesitamos - Última Parte

"Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones… Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo en las casas, comían juntos, con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo" (Hch. 1:42. 46, 17).
Los versículos del comienzo dan las principales condiciones que ocurrían en la iglesia cuando se produjo el avance imparable del evangelio. Esas son las “sendas antiguas” a las que debemos volver para ver la acción de Dios y su presencia poderosa entre nosotros.
Era una iglesia donde había amistad cristiana, que era otra de las sendas antiguas. Los creyentes compartían la mesa y comían juntos. Quienes tienen un mismo sentir en Cristo lo manifiestan continuamente en la relación entre los hermanos. El distanciamiento entre cristianos es manifestación de la carne y un mal testimonio para el evangelio. Los creyentes practicaban el amor cristiano con alegría. El gozo del Espíritu se manifestaba al exterior en la alegría en que los creyentes vivían, unos con otros. La alegría debiera ser la forma natural de la vida cristiana. Un creyente está llamado a la alegría por las bendiciones infinitas que la gracia ha derramado sobre él, dándole la salvación (Ef. 2:8-9), introduciéndolo en la familia de Dios (Jn. 1:12; Ef. 2:19) y haciéndolo coheredero de todo con Cristo (Ro. 8:17). La expresión adusta, las reuniones carentes de alegría, la idea de vivir con rostros largos mostrando un aislamiento de las cosas gozosas de la vida, es propio de la vida bajo la ley, pero un mal testimonio a la vida bajo la gracia. El cristiano está llamado a disfrutar de todo cuando Dios le da, con alegría.
También se aprecia la condición íntima de los cristianos, además de con alegría, con sencillez de corazón. No eran reuniones forzadas por el compromiso o para ser vistos de los hermanos. Eran actos de comunión rodeados de sencillez. El término se entiende bajo la figura idiomática de no leer entre líneas. Es decir, no había nada oculto bajo la forma de la comunión que se manifestaba en el comer juntos. Los cristianos no tenían doblez, eran transparentes y así se comportaban unos con otros. Las conversaciones en las comidas eran edificantes. Los celos, resentimientos, murmuraciones, etc. etc., propias de la carne no eran posibles entre quienes comían con sencillez de corazón. Cualquier conversación que no edifica, las murmuraciones y las críticas malsanas, son manifiestamente pecaminosas y no pueden estar presentes en corazones limpios que son, por tanto, sencillos, sin doblez, que no ocultan nada.
Aquella forma de vida glorificaba a Dios, y despertaba la admiración de quienes observaban la vida de los cristianos. Los que viven una vida de alabanza a Dios, son reconocidos y estimados por el pueblo. En una situación así, no es de extrañar la acción divina salvando cada día a algunos, que eran añadidos a la iglesia. Quiere decir que la iglesia crecía numéricamente y se fortalecía espiritualmente. ¿Es así la iglesia de hoy? Será bueno recuperar esta senda antigua de la comunión con Dios, el amor a los hermanos, la instrucción en la Palabra, la oración y la perseverancia en la relación fraterna.
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Escrito por:   Pastor Samuel Pérez Millos    Fecha de publicación  5/17/2012 4:02 PM
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