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La voz de la Prueba
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“Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:71). Hemos reflexionado muchas veces en las pruebas, pero, no las hemos visto desde la perspectiva de este Salmo. En alguna medida fue introducida en el párrafo anterior (v. 61). Hay una razón positiva en las pruebas que trae mucha bendición para quienes son ejercitadas en ellas. En este párrafo tenemos esa enseñanza.
El creyente reconoce la bondad de Dios, del que sólo recibe bien: “Bien has hecho con tu siervo” (v. 65). Dios es bueno (Nah. 1:7). Todo cuanto Él hace está rodeado de bondad. Él actúa siempre buscando el bien de Sus hijos. Si “no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Ro. 8:32). Su amor es inseparable de nosotros. Nada ni nadie podrá interrumpir esa relación. Las aflicciones son parte del bien de Dios. Él las permite para llevarnos a la madurez espiritual. El conflicto produce siempre una pregunta: ¿Por qué, Señor? Cuando llega la prueba debemos reconocer que el Señor nos está tratando con bondad. Jamás nos permitirá pasar por una situación irresistible: “Pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1Co. 10:13).
Dice el salmista que en las pruebas todo ocurre “conforme a tu palabra” (v. 65). Esta es la causa principal: Dios quiere conformarnos a Cristo (Ro. 8:9). En medio de la prueba ésta es la oración: “Enséñame a tener buen sentido y sabiduría” (v. 66). Pide la capacidad de juzgar la aflicción con un juicio correcto. Pero, también necesitamos sabiduría, capacidad para entender la razón de la prueba (Stg. 1:5). Esa provisión está en creer a Su palabra: “me invocará, y yo le responderé, con él estaré yo en la angustia, le libraré y le glorificaré” (Sal. 91:15). Este es el camino: “Señor, enséñame”.
El motivo divino al permitir la prueba: “Antes de que fuera yo humillado, descarriado andaba” (v. 67). No se trata de vivir en el pecado, simplemente nuestro camino, en ocasiones, no es el que Dios determina para nosotros. Las pruebas detienen nuestro camino equivocado y nos conduce al de la humildad, para que podamos ser bendecidos. Esto nos permitirá conocer mejor a Dios: “Bueno eres tú y bienhechor” (v. 68). No es bastante nuestro conocimiento intelectual de Dios, necesitamos también el experimental. En medio de la prueba Satanás procurará que digamos: Dios no es justo; esto no lo merezco. Pero en ellas alcanzamos a ver sobre las nubes y reconocemos a Dios.
El resultado final es admirable: Seremos capaces de mantenernos firmes contra las calumnias (v. 69); firmes contra la arrogancia (v. 70). La angustia desaparece y una nueva orientación se produce: “Mas yo en tu ley me he regocijado” (v. 70). Sí, en la acción de Dios por medio de Su escuela de las pruebas, descubro un nuevo sistema de valores. Las riquezas temporales quedan reemplazadas por los insuperables tesoros de la gracia: “Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro o plata” (v. 72). Las pruebas producen en nosotros un “cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17-18). Cuando no oiga a Dios en la Biblia, lo oiré en las pruebas.
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Escrito por:
Pastor Samuel Pérez Millos.
Fecha de publicación
7/26/2017 10:52 AM
Número de visitantes
2621
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