“Aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Sal. 139:10).
La segunda estrofa de este Salmo (vv. 7-12) se centra en la omnipresencia de Dios. Él está presente en todo momento y en todo lugar. Cuando el salmista se pregunta: “¿a dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia?” No está diciendo que pudiera hacerlo, sino que es imposible evitar Su presencia. No importa a dónde vaya, puede subir a los cielos o descender a lo más profundo, en todo lugar está Dios presente. No importa tampoco la distancia, tan lejos como el extremo del mar, para Él no hay distancias, porque también está allí. No solo sabe dónde estoy, sino que sabe lo que me ocurre. Mis circunstancias, problemas, dificultades o alegrías, cualquiera que sea mi experiencia personal, Dios la conoce y ve. Nada le pasa desapercibido.
Cada momento de nuestra vida está abierto para Él. Puede ser que la situación personal alcance límites difíciles y que el camino transcurra entre tinieblas. Acaso caminemos por el valle de sombra de muerte. En los momentos de angustia pareciera que Dios no está presente. Las pruebas y conflictos son apropiados para que el tentador procure hacernos dudar del interés de Dios por nosotros. Miramos alrededor y nos sentimos solos, pero eso es mera apariencia, el Salmo dice “allí Tú estás” (v. 8). La oscuridad podrá rodearnos, pero a Él “lo mismo le son las tinieblas que la luz” (v. 12). Esta verdad es la primera bendición; nunca estoy solo. Pueda ser que no vea a Dios, pero Él está a mi lado, siempre está conmigo. Oigo Su promesa: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:2). ¡Qué paz produce esto en mi vida! Su presencia a mi lado me da confianza y tengo el descanso que necesito, cuando me dice como a Moisés: “mi presencia irá contigo y te daré descanso” (Ex. 33:14).
Él tiene un propósito con Su presencia. Hará dos cosas para mí. Primero me guiará: “me guiará tu mano”. Sé que mi vida pasará por momentos difíciles en donde habrá que tomar decisiones complejas. Sé que en momentos no sabré el camino a seguir, pero el Señor me tomará de la mano, como el padre con su niño pequeño, guiándome para que sepa por donde debo ir.
Además, me sostendrá: “me asirá tu diestra”. De ese modo no tropezaré ni caeré. Estaré firme todo el tiempo y, si acaso en mi torpeza tropiezo y caigo, Su mano de gracia me levantará, porque Él promete que “no dejará para siempre caído al justo” (Sal. 55:22). Es posible que no encuentre un brazo amigo para ayudarme a llevar mi carga, tal vez nadie comprenderá mis fracasos, pero ahí, a mi lado continuamente está el omnipresente Señor. Solo necesito una cosa: levantar mis ojos de la fe para verlo ahora mismo. Y si aún no lo veo, puedo sentir Su mano que ha tomado la mía. No es una mano cualquiera, es “la diestra” de Su poder, pero también la mano del amor supremo; la que se ha extendido un día para ser taladrada por los clavos y sujeta en una Cruz.
Sé que me ama, a pesar de mis dudas; sé que me conduce aun cuando vacilo; sé que me restaura, a pesar de mis fracasos.
Puedo descansar plenamente en Él y sentir ahora la gracia de Su presencia.
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