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BENDICE ALMA MÍA A JEHOVÁ
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“Bendice, alma mía, a Jehová. Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia.” (Sal. 104:1). Caminaba ayer con mi esposa muy temprano, cuando comenzó a romper el día. Era asombroso ver los árboles al contraluz del amanecer y observar cómo se cambiaba el color del mar al aparecer la luz, mientras pisábamos las hojas doradas, caídas ya por el otoño. Quedé impresionado por tanta belleza y, en mi mente surgió este versículo que comento con vosotros. Muchas veces ocurre que nuestros problemas y dificultades centran nuestra atención en nosotros, olvidándonos de contemplar la grandeza de la gloria de Dios. Lee este salmo cuando estés sobre una montaña con el impactante panorama de los valles a tus pies; hazlo en la llanura cuando parece que se extiende hasta el infinito; considéralo frente a un mar encrespado cuyas olas golpean con ímpetu las rocas de la costa; piensa en él cuando el trueno retumba haciéndote apreciar la grandeza de la voz de Dios. Esta es la manera de sentir la gloria de nuestro Creador. Todo el salmo nos ofrece un cuadro lleno de color ánimo y belleza insuperables. El destino de la creación es cantar la gloria del Dios omnipotente y dar a conocer la obra de Sus manos. Sentimos profunda admiración y respeto cuando entendemos que la tierra y todo lo que en ella hay son del Eterno. El hijo de Dios se da cuenta que en cualquier lugar y en cualquier circunstancia está bajo el techo de la casa del Padre, por tanto nunca está solo. Dios es para nosotros el Padre que siempre está cercano, próximo a los que le buscan. El Omnipotente nos conoce, no sólo a nosotros, sino también nuestras circunstancias, por eso podemos decir: “Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos” (Sal. 139:2).
Es posible que mi corazón me engañe a sentirme desamparado, pero “detrás y delante me rodeaste, sobre mí pusiste mi mano” (Sal. 139:4). Es posible que pareciera que mi oración no tiene respuesta y que Dios no la ha escuchado, sin embargo: “aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, Tú la sabes toda” (Sal.139:4). No necesito largas oraciones, Dios conoce mi necesidad y sabe mi deseo aún sin expresarlo.
Hay miles de creyentes que siempre están descontentos, como si la felicidad huyese de ellos, mientras que otros, en sus desdichas y lágrimas sienten profunda paz porque pueden decir: “Dios mío, Tú eres mi Padre”. Observa la diferencia: Saúl se encontraba mal en su trono, mientras que David era feliz en su cueva, la razón es que éste caminaba en la presencia de Dios. Una cosa te pido, Señor, “que esté yo en Tu casa todos los días de mi vida, para contemplar Tu hermosura y buscarte en Tu santuario”, entonces sólo saldrá de mí boca: “Bendice, alma mía, al Señor” .
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Escrito por:
Pastor Samuel Perez Millos
Fecha de publicación
11/14/2019 3:07 PM
Número de visitantes
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