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UN NIÑO Y UN HIJO
“Porque un niño nos es nacido, hijo no es dado” (Is. 9:6).
 
Otra Navidad se acerca a nosotros. No cabe duda que Jesús no nació en esta fecha del año, pero eso no tiene importancia. Se ha establecido esta para recordar Su nacimiento, como pudo haber sido otra cualquiera. Satanás procura que se discuta por esto y se tenga la Navidad como una festividad pagana. Sin duda, cualquier otra coincidiría con el día dedicado a algún dios. Nuestro enemigo está interesado en que las cosas sin importancia impidan ocuparnos de las importantes.
Navidad es el encuentro de Dios con el hombre en el cumplimiento del programa de salvación establecido desde la eternidad. El profeta tiene en cuenta dos aspectos singularmente unidos. Por un lado está el nacimiento de un niño, como el relato de Lucas lo hace notar. Un recién nacido, al que su madre, con todo cariño envuelve en pañales y lo acuesta en el heno blando de un pesebre. El lugar de su nacimiento llamado Belén era pequeño y sin importancia social, según el pensamiento de los hombres. Pero era el más adecuado, para quien dijo de sí mismo que era manso y humilde de corazón. Aquel niño le llamaron Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados. No fue en un palacio, ni se le acostó en un lecho real, sin embargo, el mesón se hizo templo y el pesebre trono de rey, porque  aquel niño era Emanuel, Dios con nosotros.
 
El texto progresa a otra dimensión: “un hijo nos es dado”. ¡Oh, si, gloriosa verdad! “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estábamos bajo la ley” (Gá. 4:4). Aquel niño es el eterno Hijo de Dios. El amor se materializa. Dios entrega a su Hijo para que pudiese hacer lo que nadie si no Él podía. El amor divino asombra, en un acto incompresible para nosotros. Dios da todo cuanto tenía, el objeto de su amor eterno, para salvar a quienes no teníamos derecho a ser amados. Enemigos de Él en malas obras, ingratos a sus favores, perdidos en nuestros caminos de muerte, rebeldes a sus mandatos, ofensores de su gracia, sucios y miserables a causa del pecado. Por estos da a su Hijo. Jesús es Dios que viene a buscarnos. Es Dios hablándonos palabras de Dios en garganta de hombre; dándonos un abrazo de Dios con brazos de hombre. Sin palabras, con su nacimiento, con su vida y con su muerte proclama que Dios nos ama. Esto produce un enorme consuelo. Si dio a su Hijo, también con Él nos da todas las cosas. No hay un momento de soledad en nuestra vida, porque Él está a nuestro lado. No hay problema que Él no pueda superar. Nos toma, nos hace sus hijos, y abre para nosotros la esperanza de gloria. Estos días muchos recibiremos un regalo, pero el ejemplo supremo es el regalo que Dios nos hizo al darnos a Jesús.

No es nuestro cumpleaños que celebramos, sino el suyo. Posiblemente en el lugar de los regalos cada uno tengan un obsequio personal, pero, ¿nos hemos preguntado que hemos preparado para el Señor? Es cierto que nada nuestro le es necesario. Sin embargo, no debemos olvidar nuestra ofrenda personal en una entrega incondicional a Él, mientras doblamos nuestras rodillas y decimos: ¡Gracias a Dios por su don inefable!


Escrito por:   Pastor Samuel Pérez Millos    Fecha de publicación  12/24/2019 9:58 AM
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