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SIGUIENDO A JESÚS EN EL CAMINO.
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“Y en seguida recobró la vista y seguía a Jesús en el camino” (Mr. 10:52). El ciego Bartimeo se levantó como cada día y ayudado por alguien volvió a sentarse al borde del camino. Su propiedad más querida, una capa. Su tesoro al final del día unas monedas que iban pasando de manos caritativas a las suyas. Su soledad grande y su desaliento, posiblemente mayor. Había visto pero era un ciego. De pronto una multitud desacostumbrada que hacía sentir su presencia en el camino. El ciego pregunta la razón de ella y la respuesta le impacta: Es Jesús que pasa. El corazón le latía con fuerza, era su oportunidad, la única para recuperar la vista. Los gritos de Bartimeo superan el murmullo de la multitud. No clama por gracia sino por misericordia. Pide al Hijo de David que su miseria tenga eco en Su corazón. Después, la respuesta de Cristo, la sanidad, el gozo en su vida y, sobre todo el compromiso: “seguía a Jesús en el camino”. Así también nosotros. Dios en el camino sin esperanza de nuestra vida. Su misericordia atiende a nuestra miseria. Su gracia nos rescata de nuestra condición. Él se hace esperanza de gloria para nosotros. Mucha más misericordia con nosotros que con Bartimeo. Pero, un mismo resultado final, seguir al Señor en el camino. El camino de Jesús es el camino gozoso de la comunión con Dios. Él está presente en cada tramo de la senda, para darnos Su compañía y responder a nuestras oraciones. No habrá ninguna de ellas que no sea respondida conforme a Su voluntad que siempre, en todo caso, será para nosotros agradable y perfecta. Es el camino de la amistad, donde el Señor transita conmigo. Él me lleva siempre en triunfo (2 Co.2:14). Puso al Consolador para alentarme cuando la angustia, la aflicción o el simple cansancio llegue. Su poder a mi disposición, de modo que para todo tenga fuerzas en Aquel que me sostiene (Fil. 4:13). Es también el camino de la renovación espiritual, en donde el propósito divino se va cumpliendo para que cada día sea más semejante a Jesús (Ro. 8:29). Es cierto que esa renovación supone muchas veces la misma experiencia de mi Señor, las lágrimas estarán presentes, la agonía intensa, el abandono total, pero, en ese trance me doy cuenta que la admirable imagen del Señor se va reproduciendo en mí. En medio de las dificultades y conflictos, la gran bendición de seguir a Jesús en el camino es evidente. El bien y la misericordia me siguen cada día. En mi necesidad espiritual Él pone mesa delante de mi que llena de los manjares de su gracia y adorna con la grandeza de su amor. El camino es de restauración. Yo tropiezo, tambaleo e incluso caigo. Mis pies quedan lastimados y yo me siento derribado, caído a tierra, pero, en ese momento, su mano restauradora se extiende, toma la mía, me levanta y sin ningún reproche, me insta a seguir adelante mientras me dice: “No temas, yo estoy contigo, no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo” (Is. 41:10). Sigo a Jesús en el camino y tengo también esperanza de gloria. No hay otro lugar para descansar en esperanza sino en Él mismo. El versículo desafía mi vida. ¿Estoy siguiendo a Jesús en el camino? Necesito cerciorarme de esto. ¡Oh, Señor! Que cada paso mío esté precedido del tuyo.
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Escrito por:
Pastor Samuel Pérez Millos
Fecha de publicación
3/11/2013 12:35 PM
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