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LA PROFESIÓN DE LA ESPERANZA

“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (He. 10:23).
En un mundo sin esperanza, el creyente es exhortado a mantener firme la profesión de su esperanza. En el versículo se establecen dos demandas para nosotros. La primera es un llamamiento a la firmeza, en el mantenimiento de un testimonio indeclinable de la fe cristiana. Quien puede acercarse confiadamente a Dios, debe mantenerse firme en la fe. Los niños espirituales se inquietan ante las circunstancias adversas. Cualquier viento de conflicto que sople sobre ellos, hace que se tambaleen. Son firmes en la fe en el tiempo de bonanza, pero son inestables en la adversidad. La primera exhortación establece la correcta medida de la fe. El Señor habló de aquellos que son como semilla sembrada entre piedras, que “cuando viene el tiempo de la prueba se apartan” (Lc. 8:13). El creyente de fe firme se mantiene estable en medio de los mayores conflictos. Las horas de angustia, el tiempo de aflicción, los embates violentos del maligno, no consiguen apartarlo de su seguridad y confianza. ¿Cómo está mi fe hoy? ¿Siento que es como un pábilo que humea? ¿Es inconsistente como una caña que se quiebra y que no sirve de apoyo? Es posible que esto sea así, pero, Dios viene a mi encuentro para llamarme a rectificar el camino del desaliento y afianzarme en el de la fe.
Unida inseparablemente a la fe está la esperanza. El Espíritu me exhorta a mantener con firmeza “la profesión de la esperanza”. Frente a los valores transitorios, pasajeros y efímeros de la vida humana, están los seguros, eternos y celestiales de la vida de fe. Vivo la esperanza porque así corresponde a mi nueva ciudadanía celestial, que tengo desde que por fe en Cristo nací de nuevo. Puedo ver alrededor de mí la carga pesada del camino de mi vida y sentir la aflicción que los hombres procuran provocarme. Es posible que no quede, humanamente hablando, ningún motivo para sentir esperanza. Pero, creo que todo lo que Dios ha prometido, la ayuda cotidiana para superar las pruebas, la provisión de aliento y gracia en cada circunstancia, y el futuro glorioso en Su presencia, es cierto y seguro.
Puedo mantener “firme, sin fluctuar, la profesión de mi esperanza”, porque se que “es fiel el que prometió”. A lo largo de mis años de relación con Dios he visto cumplidas muchas de sus promesas; sé que es fiel y cumplirá todo lo que aún falte. Veo ya las glorias eternas y las saludo en la distancia asumiéndolas por fe y disfrutando ya de lo que serán en su día. El que me ha salvado está sentado a la diestra de Dios, garantizando las promesas divinas para mí, por eso “Cristo es en mí, esperanza de gloria” (Col. 1:27). Mi Señor hará posible todas las promesas y traerá para mí las glorias futuras. Porque es fiel un día me recogerá a Sí mismo, como ha dicho (Jn. 14:3). Sí, se que “es fiel el que prometió”. Todas las promesas, aún las que me parecen imposibles de disfrutar son “en Él sí y amén”. El Dios del amén es el Dios de la verdad. De esta forma y en esta seguridad puedo decir con la firme convicción de una fe que descansa en Él: “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar” (Sal. 119:49).

Escrito por:   Pastor Samuel Pérez Millos    Fecha de publicación  5/2/2013 10:37 AM
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