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Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. — Salmo 121:2
 
Ya a los 20 años, Lygon Stevens, un experimentado montañista, había llegado a la cima de los montes McKinley y Rainier; de 4 cumbres de los Andes, en Ecuador; y de 39 de las montañas más altas de Colorado, en Estados Unidos. «Escalo porque me encantan las montañas —declaró—, y porque allí me encuentro con Dios». En enero de 2008, Lygon murió en una avalancha mientras escalaba un cerro junto con su hermano, el cual sobrevivió.
Cuando sus padres descubrieron sus diarios, quedaron profundamente conmovidos por su íntima relación espiritual con Cristo. Su madre señaló: «Lygon siempre brilló para su Señor, ya que vivía una comunión profunda y sincera con Él; algo que incluso algunos experimentados veteranos de la fe anhelan tener».
Tres días antes de la avalancha, mientras estaba en su tienda, Lygon escribió en su diario por última vez: «Dios es bueno, y tiene un plan para nuestra vida más grande y más bendecido que el que nosotros escogemos. Estoy tan agradecido por eso. Gracias, Señor, por traerme hasta aquí. Dejo el resto, mi futuro, en esas mismas manos y te doy gracias».
Lygon hizo propias las palabras del salmista: «Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Salmo 121:2).
 
Ante un futuro desconocido, podemos confiar en un Dios omnisciente.

Escrito por:   Escritores de Nuestro Pan Diario    Fecha de publicación  1/20/2017 5:15 PM
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