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Un Clamor de Seguridad

"Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" - Lucas 23:43
Probablemente aquel soldado romano no tenía idea de por qué puso las cruces como lo hizo, pero estaba cumpliendo con la antigua profecía que dice: Fue contado entre los transgresores (Isaías 53:12). Dios decretó que Él, que era el más santo debía morir con aquellos que no lo eran. Jesús no sólo murió entre criminales, sino que fue contado como uno de ellos, y éste es el centro del evangelio.
Dios tenía sus razones para decretar que Jesús debía ser colgado entre dos malhechores. Él quería demostrar las profundidades de la vergüenza a la que su Hijo deseaba descender. En su nacimiento estuvo rodeado por bestias, y ahora, en su muerte, por criminales. Nadie puede decir que Dios ha estado ajeno de la aflicción de nuestro mundo caído. Él descendió para que nosotros pudiéramos ascender a una nueva vida. Pero me estoy adelantando al relato.
Volvamos nuestra atención a los dos hombres que fueron crucificados con Jesús. Uno en especial llama nuestra atención porque recibió una promesa que debemos compartir si vamos a estar en el paraíso con nuestro Señor. Ésta es la seguridad para aquellos que están en los hospitales muriendo de cáncer; ésta también es la esperanza para los fuertes y saludables que algún día se enfrentarán a la muerte sin ningún aviso. Esta es la esperanza para los peores y los mejores pecadores. ¡Qué día el de aquel ladrón quien en la mañana fue crucificado, pero en la tarde fue recibido por Jesús en el paraíso!
Reflexionemos sobre este relato.

SU PREDICAMENTO
Los antecedentes penales de aquel hombre muestran que era criminal de oficio, "malo hasta los huesos", que en principio se unió con los enemigos de Jesús para burlarse de El: Así también lo insultaban los bandidos que estaban con él (Mateo 27:44). Su actitud fue idéntica a la de su socio en los delitos, que estaba colgado al otro lado de Jesús. No sabemos cuál era el más pecador de los dos, pero cualquiera de ellos hubiera sido puesto en los carteles de: Se Busca en Jerusalén.
Tan malo como era, nos representa a todos nosotros. Podríamos objetar diciendo que no somos ladrones, que no robamos bancos o les quitamos carteras a las ancianas que caminan por la calle. Sin embargo, la honestidad nos exige que admitamos que todos le hemos robado a Dios. Supongamos que usted fue nombrado en una compañía en Nueva York para representar los intereses de Chicago. Cada mes le mandaban su cheque y lo firmaba y cambiaba gustosamente. Pero el hecho es que usted nunca trabajó para esa compañía, sino que prestaba sus servicios a otra compañía. ¿Eso no sería robo? Este ejemplo nos describe perfectamente a nosotros. Dios nos da la vida; nos da talentos; la habilidad de ganar dinero; amigos y aun así nos servimos a nosotros mismos y no a Él. En vez de darle la gloria, vivimos para nosotros e intencionalmente servimos a los intereses egoístas de Satanás. Si dejamos de compararnos unos con otros y mantenemos nuestros antecedentes ante Dios, veremos que no somos mucho mejor que el ladrón que se unió a su amigo para ridiculizar a Jesús.
Aquel hombre no tenía ninguna opción, ya era demasiado tarde para empezar de nuevo, para esperar que sus buenas obras sobrepasaran las malas. El autor Arthur Pink lo puso en estas palabras: “Él no podía recorrer los caminos de la rectitud porque tenía un clavo en cada pie. Ya no podía hacer ninguna obra buena porque tenía un clavo en cada mano, no podía voltear la página y vivir una vida mejor porque estaba muriendo” Sin embargo, la impotencia no es una maldición si nos lleva al Único que puede ayudarnos. En realidad, si no somos indefensos, no podemos ser salvos. Allí en la cruz, aquel hombre bienaventurado porque él tuvo un cambio en su corazón.

SU FE EXCEPCIONAL
Es muy posible que aquel ladrón no hubiera visto a Jesús hasta aquel día. Puesto que los tres estaban clavados a las cruces, él pensó que Jesús sólo era otro criminal. Al subir las cruces y ponerlas en su lugar, no había ninguna razón para que el ladrón creyera que estaba ante la presencia de la grandeza. El Gólgota era el lugar donde morían los criminales, no donde se esperaba encontrar a un hombre divino. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? Podemos asumir que primero escuchó la oración de Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34). Él no olvidó esas palabras, porque sólo un hombre que conociera a Dios podría orar al Padre por el perdón de otros. La oración penetró su conciencia, y se dio cuenta de la estupidez y ceguera de su propio corazón. Se dio cuenta de que también necesitaba perdón.
Luego estaba el inadvertido testimonio de la multitud: ¡Salvó a otros... Pero no puede salvarse a sí mismo (Mateo 27:42). Las palabras eran proferidas en forma desafiante y ridiculizan te, pero el ladrón se preguntaba, ¿Qué querían decir con "Salvó a otros"? A medida que la muchedumbre gritaba algunos de los dichos y milagros de Jesús, el ladrón reflexionaba sobre esas burlas, y empezó a darse cuenta de que podría estar justo en presencia de! Salvador. Es más, Pilato escribió lo que alguien ha llamado un "breve tratado del Evangelio" y lo clavó en la cruz. Era costumbre escribir sobre la cruz e! delito por e! que se crucificaba al hombre con e! fin de que los que pasaban pudieran ver la causa de la ejecución. Pilato había escrito: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS (Lucas 23:38). Algunos protestaron: No escribas "Rey de los judíos". Era él quien decía ser rey de los judíos (Juan I9:2I). Pero Pilato, en una extraña explosión de valor, no cambió su opinión. Por lo tanto, allí quedó. Esa placa acompañaría a Jesús cuando fuera exhibido por las calles de Jerusalén. Ahora en la cruz, aquel ladrón podría haber leído las palabras, o más probablemente, otros las leían con tono de burla. En todo caso, al creer ahora que Jesús era un rey, le clamó: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino (Lucas 23:42, énfasis de! autor). Increíblemente, Jesús hizo que naciera fe en el corazón de aquel hombre. ¡Piénselo!  ¡Él creyó en un momento en el que parecía que Jesús era totalmente incapaz de salvar a alguien! Jesús colgado como una desafortunada víctima, no como un rey. Cuando usted necesita salvación, no recurre a alguien que está en la misma situación difícil que usted. Cuando necesita salvación, no acude a alguien que está muriendo en desgracia. El sentido común nos dice que un salvador debe estar por encima del destino de los mortales. ¿Qué salvador ostentaría una corona de espinas recubierta de sangre? ¿A qué salvador le arrancarían su barba de raíz? El cuerpo de Jesús se había desplomado, los clavos le habían destrozado las manos y los pies. Su barbilla descansaba en el pecho, excepto cuando cobraba suficientes fuerzas para levantar la cabeza y poder respirar. ¡Qué cuadro tan patético! Y aún ¡Con todo eso, el ladrón creyó! Un Mesías que pudo ser asesinado por sus enemigos no era el que los judíos habían estado buscando. Los que especulaban acerca del Mesías decían que iba a derrotar a los romanos que ocupaban la tierra y a establecer un reino. Cuando Jesús les explicó a sus discípulos que debía ser crucificado, quedaron atónitos. Y aquel día, incluso los que confiaban en Él estaban dudando. ¡Pero el ladrón creyó! El ladrón creyó antes de que la oscuridad cubriera la tierra; creyó antes de que la tierra temblará, y antes de que el velo del templo fuera rasgado en dos. Él creyó sin la evidencia de la resurrección y la ascensión. Creyó sin ver a Jesús caminar sobre las aguas, alimentar a las multitudes, o convertir el agua en vino. Tan improbable como parezca, él sí creyó. Arthur Pink nos desafía a preguntar: "¿Cómo podemos explicar el hecho de que este ladrón moribundo tomará a un hombre crucificado sufriente y sangrando como su Dios?" La respuesta no se puede encontrar haciendo un análisis psicológico de él. La respuesta se encuentra en la inmerecida misericordia de Dios. El Espíritu Santo estaba dirigiendo este corazón de maleante hacia el Hombre que estaba en la cruz del centro. Y creyó. El viaje de fe de aquel ladrón empezó cuando reprendió a su compañero de fechorías: ¿Ni siquiera estando en la misma condenación temes a tu Dios? (Lucas 23:40 VRV). El despertar de su conciencia le decía que debía temer a Dios, porque el juicio venía. Admitió con honestidad que estaba sufriendo "justamente"; es decir, que estaba recibiendo lo que merecía. Sin justificarse ni excusarse; sólo esperaba que su socio al otro lado también admitiera sus pecados. Luchando con cada palabra, se volteó a Jesús y le dijo: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino (Lucas 23:42 énfasis del autor). No pidió ser honrado cuando Cristo viniera a su reino; sólo pidió ser recordado. Puesto que era un marginado de la sociedad, alguien a quien sus amigos y familiares hubieran deseado olvidar, su solicitud fue modesta: Recuérdame, ¡qué honor ser recordado por Dios! Su fe fue valiente. La multitud estaba burlándose de Jesús; los agitadores proferían insultos: "Si eres rey, ¿dónde está tu reino? Y lo repetían: "¡Si eres rey, bájate de la cruz! Aquel ladrón desafió el consenso común; se alejó del coro de voces en aumento que lo hubiera llevado a perderse. No importa que nos digan que el infierno está lleno de "temor y de no creyentes". A aquel ladrón no le importó la opinión de los demás. Él creyó.

SU SORPRENDENTE FUTURO
Jesús superó las expectativas del ladrón arrepentido. Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43). Se reunirían ese mismo día. La frase estarás conmigo describe la comunión personal que disfrutarían juntos. La bendición más grande para el cristiano es que Dios nos llame a tener comunión con su Hijo (1 Corintios 1: 9). La noche anterior, les había hecho una promesa similar a sus amigos más cercanos: Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté (Juan I 4:3).

Increíblemente, aquel ladrón recibió la misma promesa que recibieron los discípulos! Estaba tan seguro en los brazos de Jesús como lo habría estado si le hubiera servido desde su juventud. Aquí no hay lugar para teorías sofisticadas o juegos de palabras. Jesús dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso" (énfasis de! autor). Obviamente, Jesús murió antes que el ladrón, y estuvo listo para recibirlo en la morada eterna. Spurgeon escribió que aquel "hombre que fue la última compañía que tuvo nuestro Señor en la tierra", fue su "primera compañía en las puertas de! paraíso". El ladrón estuvo con Él durante la condenación y horas más tarde estaba con Él en la Salvación. Si el Cristo moribundo le pudo dar al ladrón una promesa de salvación eterna, ¡piense en lo que puede hacer el Cristo viviente!
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Escrito por:   Pastor Erwin Lutzer - Equipo de Trabajo del BBNBI    Fecha de publicación  4/13/2017 12:10 PM
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