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Requisitos para ser llenos del Espíritu Santo - Primera Parte

Hemos visto que la única manera de lograr victoria sobre el pecado es dependiendo del poder del Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo solamente otorga su poder a aquellos que están llenos de él, o como dice Pablo en Gálatas, a los que andan en el Espíritu. Esto de ser llenos del Espíritu Santo, no es algo reservado para pastores o misioneros. En realidad, es algo que todo creyente debe experimentar. El ser llenos del Espíritu Santo, tampoco es algo que sucede por arte de magia, sino que es el resultado del esfuerzo del creyente. Para lograrlo es necesario seguir ciertos principios bíblicos.
Primero: No permitir que se acumulen los pecados en nuestra vida, sino confesarlos y apartarnos de ellos tan pronto tomemos conciencia de ellos.
La llenura del Espíritu Santo, requisito indispensable para vivir una vida de santidad, no es resultado de un toque mágico sobre algunos creyentes más favorecidos que otros. Ser llenos del Espíritu Santo es resultado de una decisión voluntaria por parte del creyente, acompañada del cumplimiento de ciertos requisitos indispensables.

Segundo, hacer restitución siempre y cuando sea posible hacerlo. Restitución proviene del verbo restituir que significa volver una cosa a quien la tenía antes, o restablecer o poner una cosa en el estado que antes tema. La gracia de Dios nos enseña que debemos hacer justamente esto con respecto al efecto del pecado cometido, hasta donde sea posible hacerlo por supuesto, porque desafortunadamente no siempre es posible hacer restitución. Si por ejemplo un creyente ha robado, y luego de reconocer la gravedad del pecado, lo confiesa al Señor, el siguiente paso es hacer restitución, lo cual en este caso significa devolver lo que robó a su legítimo dueño, y si lo robado fue dinero, será necesario inclusive devolver los intereses que ese dinero robado hubiera producido a su propietario. Zaqueo es el clásico ejemplo de restitución en el Nuevo Testamento. Zaqueo era jefe de los publícanos, o jefe de los cobradores de los impuestos exigidos por el imperio romano a los judíos, y era un hombre rico. Por supuesto que su riqueza era mal habida, o lo vil de los beneficiarios del dinero del pueblo. Luego de su encuentro personal con Jesús, Zaqueo fue un hombre nuevo. Había vuelto a nacer. Casi inmediatamente, Zaqueo dijo estas palabras al Señor: He aquí Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Esto es restitución. Zaqueo no hizo restitución para ser salvo sino que hizo restitución porque ya era salvo. Igual tendríamos que hacer todos los creyentes, en el campo donde hemos ofendido con nuestro pecado. La restitución debe ser sincera y completa. No sea como aquel hombre que había mentido en su declaración de impuesto a la renta y su conciencia sucia no le dejaba dormir en paz. Por tanto, escribió una carta a la Oficina de Recaudación de Impuestos diciendo: Señores, todo el año pasado no he podido dormir porque mi conciencia me molesta a causa de que no declaré todo lo que había ganado. Adjunto les envío un cheque por 150 dólares y si todavía no logro dormir en paz, les enviaré el resto. Ciertamente que existen situaciones en las cuales por el paso del tiempo o porque las condiciones han cambiado tanto, ya no es posible hacer restitución. Si delante de Dios se ha llegado a la conclusión que es imposible hacer restitución, entonces no es necesario auto-torturarse por no haber podido hacer restitución. Dios lo sabe y si el pecado ha sido confesado, Dios acepta la sinceridad del deseo de hacer restitución como si en verdad se hubiera hecho restitución. Hace muchos años, W. P. Nicholson estaba predicando el evangelio en Belfast. El Espíritu Santo se movió con tal poder que la gente convertida, en su mayoría obreros, estaba dispuesta a devolver todas las herramientas que a lo largo de mucho tiempo habían robado a las fábricas del sector. Se devolvieron tantas herramientas que los dueños de las fábricas tuvieron que construir lugares especiales para guardar las herramientas devueltas. Finalmente, los dueños de las fábricas hicieron este anuncio: Por favor ya no devuelvan más herramientas porque ya no hay lugar donde guardarlas. Esto es restitución amigo oyentes.

Tercero, presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Esto de presentarse a Dios como un sacrificio vivo es una acción puntual seguida de un proceso. Debe haber un instante cuando voluntariamente decidimos presentar nuestros cuerpos a Dios en sacrificio, vivo, santo, agradable a Dios (Ro. 12:1), pero eso no es suficiente para volvernos santos en la práctica. Esta acción debe ser seguida por un deseo constante, hora tras hora, minuto tras minuto, segundo tras segundo, por hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. Debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús.
Así como la confesión nos mantiene limpios delante de Dios, la entrega a Dios nos mantiene disponibles para Dios. Cuando el obispo Taylor Smith solía salir de su cama por la mañana, se arrodillaba al pie de su cama y elevaba a Dios esta sencilla plegaria: Señor, que mi cama sea tu altar y que mi vida entera sea tu sacrificio vivo. Así quedaba a disposición de Dios cada día.
Cuando Arthur Pierson preguntó a George Muller: ¿Cuál era el secreto de su gran obra y de las cosas maravillosas que Dios había hecho por medio de él? George Muller le miró por un momento, luego inclinó su cabeza más y más bajo, hasta que casi llegó a sus rodillas. Se mantuvo en silencio en esa posición por un instante y luego dijo: Hace muchos años, hubo un día en mi vida, cuando George Muller murió. Como todo joven, yo tenía grandes planes para mí mismo, pero llegó un día cuando morí a todos esos planes, y dije al Señor: De aquí en adelante, Señor Jesús, no quiero hacer mi voluntad sino la tuya. A partir de entonces, Dios comenzó a trabajar en mi y a través de mí.

Cuarto requisito para ser lleno del Espíritu Santo es saturar nuestra vida con la Palabra de Dios. Esto significa oír la palabra de Dios, leer la palabra de Dios, estudiar la palabra de Dios, meditar en la palabra de Dios, memorizar la palabra de Dios y, sobre todo, obedecer la palabra de Dios. Al leer la palabra de Dios adquirimos el bosquejo general del comportamiento que Dios quiere que manifestemos. Al memorizar la palabra de Dios, hacemos posible que el Espíritu Santo traiga a nuestra mente pasajes bíblicos claves para determinadas circunstancias de la vida, como cuando estamos testificando o estamos enfrentando tentación o estamos indecisos sobre algo. Al estudiar la palabra de Dios, somos librados de caer en falsas doctrinas y en falsas expectativas. Al meditar en la palabra de Dios, somos transformados poco a poco en la imagen de aquel que pronuncia aquellas palabras. Al obedecer la palabra de Dios, somos guiados en los caminos de justicia. El salmista reconoció ese vínculo entre la santidad en la vida práctica y la palabra de Dios. Salmo 119:9 y 11 dice: ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti” Este principio de la Biblia ha sido resumido en un proverbio actual. Refiriéndose a la Biblia dice: Este libro te apartará del pecado, o el pecado te apartará de este libro. No nos engañemos amigo oyente, pensando que podemos lograr la santidad en la práctica sin dar atención a la palabra de Dios. No esperemos jamás que alguna experiencia sobrenatural nos eleve al plano de la santidad práctica. La santidad práctica es el resultado de introducirse en la palabra de Dios, hasta que cada neurona de nuestro cerebro se haya saturado del mensaje de la palabra de Dios. En el estudio bíblico de hoy, hemos visto tres requisitos más para lograr que el Espíritu Santo llene nuestras vidas y de ese modo tengamos poder para vivir vidas santas. Hacer restitución, presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios y saturarnos de la palabra de Dios. Que el Señor nos ayude a vivirlo en la práctica.

Escrito por:   David Logacho - La Biblia dice.    Fecha de publicación  9/6/2017 3:05 PM
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