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Nunca Solo
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“... y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn. 16:33).
Los cristianos siempre debemos recordar la obra redentora de Jesús. Muchas personas se sienten solas en un mundo lleno de gente. Pero, nadie puede hablar de soledad, como Jesús. El tiempo había transcurrido y el día de la redención había llegado. Uno de los componentes más destacables de esa obra, fue la soledad del Salvador. Tiempo atrás, muchos de Sus seguidores, le habían abandonado y ya no andaban con Él. Las expectativas que tenían de un reino literal en la tierra no se cumplían y quienes veían solo ese aspecto se habían apartado de Él. Es cierto que Sus discípulos estaban a Su lado, pero, en el momento más crucial, cuando la puerta del sufrimiento se abría ante Él, les anunció la deserción de ellos: “me dejaréis solo”. Así ocurrió, solo ante quienes le llevaron a juicio, solo ante Pilato, solo ante Herodes y... solo ante la Cruz.
Pero la soledad más grande se produciría cuando crucificado, tuvo que enfrentarse al juicio por nuestro pecado. No “hizo Él maldad, ni hubo engaño en su boca”, pero con todo “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Is. 53:10). La tensión y el dramatismo de esas palabras supera cuanto pudiéramos imaginar. Dios desamparando al Hijo hecho hombre, para ampararnos a nosotros. La mayor soledad que ser humano haya podido soportar, fue la experiencia de mi Señor, en las horas de tinieblas sobre la Cruz. Es como si el Padre se hubiese alejado de Él, de manera que decía: “Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, y no hay para mi reposo” (Sal. 22:2). Despreciado de los hombres alejado del Padre, desamparado de los suyos, sufriendo el castigo por el pecado del mundo... Solo, inmensa, incomprensible, inexplicablemente solo.
Con todo el versículo se cierra con un canto de aliento y seguridad: “mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Sí, bendita realidad, nunca había sido dejado por Él, es más, nunca había estado más cerca de Él, porque “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Co. 5:19). Lo que nunca podría hacer yo, lo hizo Dios para mí. No he sido yo que me he reconciliado con Dios, fue Él que lo hizo para mí, en medio de la soledad de mi adorado Salvador. Las barreras que el pecado habían levantado quedaron derribadas y Él abrió para mi acceso para siempre a Su trono de gracia. Desamparado del Padre, me abrió la puerta de amparo para siempre.
Debo verme reflejado en Él. Acaso esté pasando por la experiencia de la soledad. Quizá esté afligido al sentirme así, pero debo saber que no estoy solo, porque Él está conmigo. Lo ha prometido y es fiel, aún en el valle de sombra de muerte tengo Su presencia. Y luego, al final del camino, en la paz de las glorias eternas, al otro lado del río de la muerte, gozaré perpetuamente de Su compañía. En ese momento sentiremos los dos la mayor alegría: Yo al estar en Su presencia, y Él al verme a mí.
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Escrito por:
Pastor Samuel Pérez Millos.
Fecha de publicación
12/1/2017 9:41 AM
Número de visitantes
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