“...he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Se vivir humildemente, y se tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-12).
Dios es el Maestro Divino. Su escuela es muy especial y personal. Él nos enseña para que sepamos cuál es Su voluntad y aprendamos a someternos a ella.
En Su escuela ocupan un lugar destacado, las pruebas y las dificultades. Por medio de ellas nos acercamos más a Él y dependemos más de Su providencia. Pero, la lección más difícil de la escuela de Dios es la de saber contentarnos en cualquiera que sea nuestra situación. El apóstol Pablo recuerda esto. El Señor le había permitido pasar por experiencias muy difíciles en su vida, “de los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno... una vez apedreado, tres veces he padecido naufragio... en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en desnudez...” (2 Co. 11:24-27).
Dios actuaba siempre. Trabajaba en el apóstol en todas estas circunstancias de manera que había aprendido lo más difícil, contentarse con cualquier dificultad. Es ahí donde podemos llegar a ser más semejantes a Cristo. Él pasó por todos nuestros conflictos. Nuestras angustias no pueden compararse con la suya en Getsemaní. Nuestras enfermedades son siempre personales, pero Él llevó sobre sí las espirituales de todos nosotros, sufriendo nuestros dolores (Is. 53:4). Todo lo que el Señor soportó lo hizo sin “abrir Su boca” (Is. 53:7), por tanto, nos permite pasar por tribulaciones para que cada vez, siendo más como Él, aprendamos a contentarnos con esas circunstancias que, siendo difíciles, no pueden compararse con las Suyas.
Una vez que aprendamos a contentarnos, a guardar silencio delante de Él, a no quejarnos desesperadamente, alcanzamos la dimensión de la humildad: “se vivir humildemente”, sintiendo calma interior y experimentando lo que Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt.5:5). ¡Oh, sí, bendita provisión de la gracia en la escuela de Dios!
Es posible que en medio de las pruebas digas: ya no me quedan fuerzas para seguir. Mira entonces la provisión: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. La fuente de poder no es un manantial pequeño que puede dejar de fluir en el tiempo de la sequía. Es el pozo infinito del poder admirable de Dios. ¿Has probado esa riqueza? ¿Te has acercado a Él con tu carga para recibir la provisión de poder de modo que puedas sentirte sin inquietud en medio de ella?
Dios permite las tormentas. Estas se ciernen sobre nosotros y los elementos desatados golpeen con fuerza, es también el que despeja las nubes y nos permite ver el azul glorioso de Su favor y el sol admirable de Su gracia. Quiero decir ahora y siempre: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. A Él la gloria y para nosotros los recursos de Sus bendiciones ahora y siempre.
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