“Con amor eterno te he amado, por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3)
Este versículo es tan conocido que casi todos lo sabréis de memoria y habréis reflexionado sobre él muchas veces, pero a mí me hizo mucho bien, por lo que deseo compartirlo como mensaje de aliento para esta semana.
Dos maravillosas bendiciones hay aquí.
Primero la eternidad del amor de Dios hacia nosotros. No es un amor que surgió en el tiempo; no es un amor que nace porque se acordó de nosotros. Mucho antes de que viniésemos a la existencia, mucho antes de que los mundos fuesen creados, Dios nos estaba amando de una manera incomprensible. Es en la eternidad cuando se manifestó el amor personal de Dios. Sin razón alguna. No habíamos hecho nada, ni bien ni mal, ni siquiera había sido creado el hombre y Él nos estaba amando. La determinación divina para salvarnos de nuestros pecados era la más gloriosa expresión de Su amor y este plan de salvación fue establecido por Dios “antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti.1:9). Antes de que el tiempo pudiera medirse, el eterno amor de Dios se había manifestado hacia nosotros determinando salvarnos de nuestros pecados. No obedecía ese amor a lo que nosotros fuésemos o hiciésemos luego en nuestra vida. Dios nos llamó y salvó “según su propósito”, pero antes ya nos había “dado la gracia en Cristo Jesús”. Ahora nos asombra pensar que Él nos amó a pesar de lo que somos. La Cruz obedece al “determinado propósito y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23). Quiere decir que antes de que Dios dijese sea la luz, dijo sea la Cruz.
La segunda bendición es que Dios nos “prolongó su misericordia”. Como hemos considerado muchas veces, misericordia es el resultado de pasar la miseria del necesitado por el corazón. Dios pasó por Su corazón, que palpitaba amor por nosotros, nuestras miserias personales. Lo hizo cuando nos llamó a salvación. Siguió haciéndolo a lo largo de nuestro camino. No solo tiene compasión de nuestras angustias, sino que prepara solución para ellas conforme a la inquebrantable misericordia Suya, permaneciendo en ella para hacernos salir de nuestra situación a la bendición inimaginable a la que quiere llevarnos.
Pero, todavía más ¿se acabará alguna vez esa misericordia para nosotros? No, en modo alguno, el versículo es claro: “te prolongué mi misericordia”, es decir, cada día es nueva para nosotros. No importan los problemas futuros, ni si la senda se hace estrecha, o si pasa por lugares de grandes dificultades, siempre, cada día, en cada momento, Dios nos prologa Su misericordia.
Oh, sí, míralo de esta manera: Bajo nosotros delicados pastos; tras de nosotros el bien y la misericordia; sobre nosotros Su protección; delante de nosotros la casa del Señor para morar perpetuamente. No tenemos que inquietarnos, sólo descansar en Él. Nuestro Dios es maravillosamente bueno con nosotros, podemos ahora mismo darle las gracias en la única manera que debemos hacerlo, renovando nuestros votos de compromiso y consagración, buscando servirle con excelencia y amarle con toda nuestra alma. En medio del conflicto nos pone a Su lado para rodearnos de Su gracia y decirnos: “Con amor eterno te he amado”.
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