CAPITULO 4
Charles Lamb dijo que no había nada sobre la tierra que él no diese por tener la posibilidad de volver a estar con su madre que había partido de este mundo, y de rodillas, pedirle perdón por cada cosa que habían afligido su gentil espíritu. Seguramente, con el avance de los años, cada hijo pensativo ha caído como éste y ha llegado a darse cuenta de lo que sus padres han hecho por él.
Que nadie suponga que cada hijo es demasiado pequeño para tener una parte real en el desempeño de un hogar. Las rueditas internas en mi reloj son pequeñas, algunas excesivamente pequeñas, pero ellas son todas importantes para el buen funcionamiento de esa máquina de tiempo. Un niño pequeño puede ser de tan mal genio e irritante que él perturbe la familia completa, o puede ser tan amoroso y razonable que brinde paz y buen humor al hogar completo.
Obediencia
Hay 3 cosas que los padres deben hacer: Amar, Disciplinar y Enseñar, pero, ¿cuáles son las responsabilidades de los hijos en el hogar? ¿Cuál es la parte de ellos?
La Biblia no dice, “Hijos, obedezcan a sus padres cuando ellos están en lo correcto”. Dice, “Obedezcan a sus padres en el Señor porque esto es justo”… aun si ellos están equivocados (Efesios 6:1). Algunos tratarían de decir que no tenemos registro de la vida familiar de nuestro Salvador. Solo unos pocos detalles fueron escritos acerca de su vida temprana, pero ellos son reveladores. No hay palabras más hermosas que aquellas que dicen de él, “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (eso es, a Su madre y a Su padre adoptivo). ¿Y quién fue Jesús? ¿Quién era este niño que obedecía? El era el eterno Hijo de Dios. El era el Creador del universo, “porque por él fueron hechas todas las cosas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” El fue el Señor y Maestro de todas las huestes del cielo. ¡Qué lección de obediencia!
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Mucha gente joven tiene la idea de que obedecer y sujetarse a sus padres es una humillación, una especie de restricción auto impuesta, la cual los limita. ¿Tuvo ese efecto sobre Jesús? Sabemos que no. Una vida joven no debería ser impedida ni dejar descarriarse, si sigue cuidadosamente las advertencias de fieles padres cristianos. Ninguna joven persona que fue una vez estudiante, se estorbó o injurió por obedecer las instrucciones implícitas de padres piadosos. Jesús obedeció sus padres terrenales hasta que tuvo 30 años de edad, entonces Él dejó su hogar para llevar a cabo Su obra señalada por Dios.
La obediencia debe ser absoluta; incluye aquellas cosas que son amenas como también las que no lo son. Solamente una cualidad clave es mencionada, “en el Señor”. Los hijos deben obedecer, “en el Señor”. Un padre cristiano puede requerir algo que parece estar equivocado, pero el hijo debe obedecer. “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor (Col. 3:20). De todos modos, debemos recordar que los padres son falibles. Ninguna autoridad humana, de ninguna clase, está en lo correcto cuando ordena a alguien quebrar una de las leyes de Dios. Si un padre no creyente exige a su hijo que desobedezca la palabra de Dios, las consecuencias caerán sobre el padre y no sobre el hijo. La Biblia dice, “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar” (Marcos 9:42).
Amor y Respeto de Padres
En todo esto, tomamos por hecho que los padres guardan delante de ellos la referencia que sigue a “hijos obedeced a vuestros padres en el Señor,” la cual es “padres, no provoqueis a ira a vuestros hijos”. La relación es decididamente a dos puntas. Que un padre no creyente demande que su hijo niegue al Señor acarreará consecuencias sobre los padres y sobre los hijos.
No sé de ninguna otra palabra que necesite ser dicha con mayor énfasis a los jóvenes que ésta. Hay una joven muchacha que se avergüenza de su madre. Ella ve que la belleza de su madre ha empalidecido; sus vestidos no son tan finos como deberían ser; sus manos son rojas y fatigadas de esfuerzo. La joven muchacha se avergüenza de su madre y no le importa cuando tiene sus encuentros con sus jóvenes amigas que vienen a su casa. O la vergüenza está dirigida al padre, cuyos encorvados hombros, su cara curtida y golpeada por el clima y manos lisiadas hablan elocuentemente de años de esfuerzos y penurias que soportó para que sus hijos pudieran tener una mejor oportunidad en la vida que la que él tuvo. La joven muchacha, o el joven varón, con sus jóvenes amigos y sus estrafalarias vestimentas y ropas de estilo, tal vez se avergüenza de ver “al viejo”.
Estos no son casos sacados de nuestra imaginación. Sabemos de muchos casos así. ¿No sabes que esas marcas de esfuerzo, edad, esmero, y privaciones son marcas que hablan elocuentemente de amor por ti? Tu madre y padre recibieron esas marcas derramando la misma sangre de sus vidas por ti.
¿Te avergonzarías de un hombre que tiene solo un ojo, habiendo perdido uno en defensa de tu vida? Bueno, tu padre y tu madre han hecho más que salvar tu vida. Ellos han tenido noches de quebranto y días de ansiedad. Ellos te han cuidado en tus enfermedades. Ellos no han considerado su propio confort y placer, mas bien se negaron a sí mismos las necesidades de la vida para que tu puedas tener algunos lujos. Ellos se levantaron temprano y trabajaron tarde para que tu tengas la oportunidad de estudiar y prepararte para un gran trabajo en el mundo. De allí proceden esas cicatrices, y son santas y sagradas cicatrices. ¿Te avergüenzas de ellas?
Un comerciante en una de las ciudades del oeste medio de nuestro país envió a su hijo al Colegio. El tuvo que hipotecar su negocio para hacerlo. El economizó y ahorró, y tanto él como su esposa llegaron a quedar con ropas inapropiadas en función de que su hijo pudiese tomar su lugar entre los demás estudiantes adecuadamente vestido y provisto con dinero. Pasados unos pocos meses, vino al corazón de la anciana pareja un incontrolable deseo de ver a su hijo. Ataron su viejo caballo a un inseguro carro (ellos habrían tenido un automóvil si no le hubiesen dado el dinero a su hijo) y fueron a la ciudad donde estaba el Colegio, a unos 30 kilómetros de allí. Ellos llegaron justo cuando las clases estaban terminando, y vieron a su muchacho, Harry, con un grupo de amigos viniendo a través del campo escolar. Mientras se aproximaban a él, algunos de sus compañeros ridiculizaron el viejo carro y su caballo, y el ropaje típico de aquel viejo hombre y su esposa. Harry se paró, miró intencionadamente por un momento a su madre y a su padre, se ruborizó profundamente y rápidamente se volvió y alejó, pretendiendo no conocerles. Con sus corazones quebrantados, la vieja pareja comenzó el cansador viaje a casa, y aquella noche la anciana madre murió.
Si estas palabras caen en manos de cualquier chica o muchacho que es tentado a proceder como Harry lo hizo, te suplico, no lo hagas. Si tu madre y padre, o uno de ellos están en vida, anda a ellos, echa tus brazos sobre sus cuellos y diles que los amas y aprecias todo lo que han hecho por ti. Si no están al alcance de tus brazos, ¡entonces escríbeles! Escríbeles una larga carta de amor, regocijo y aprecio.
Un hijo nunca llega a ser demasiado viejo para que él o ella no sean un hijo para sus padres. Por lo tanto, este amor y respeto es para retribuírselos mientras vivan. La vida tiene pocas cosas más hermosas que el devoto pensamiento y amor de un hijo o hija ya crecido, hacia un anciano padre. Esto complace el corazón de Dios.
Cuando nuestros padres envejecen, ellos cambian lugares con nosotros. Una vez nos alimentaron, ahora es nuestro privilegio y alto honor alimentarles. Una vez ellos nos protegieron de la tormenta. Ahora nosotros debemos protegerlos a ellos. Nosotros ahora estamos fuertes, y ellos están débiles. ¡Qué oportunidad de amorosamente pagar una parte de la deuda que tenemos con ellos! Será solamente una parte, de todos modos. Ningún hijo puede jamás pagar completamente el amor y el cuidado de un padre piadoso.
La vida tiene pocas satisfacciones más intensas que pensar que hemos sido justos, amables y gentiles para con nuestros padres en sus tiempos de necesidad y dependencia. Da paz al alma, y hace del cielo y nuestra reunión una expectativa más gloriosa. Estar preparados para decir “adiós” a un padre, sin el pesar de oportunidades perdidas, es una bendición en sí mismo.
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