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Aguas y Torrentes
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“Porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas” (Is. 35:6b-7a). No hace mucho tiempo que tuve ocasión de estar en una zona desértica de nuestro país. El agua es un bien raro, difícil de encontrar. La tierra se agrieta por el sol y solo hay unas pequeñas matas de una planta que a penas necesita más que el rocío para sobrevivir. Es ahí donde porción bíblica de hoy toma un alto contenido. El bien más preciado en el desierto es el agua. Dos grandes cosas encontramos en los versículos: primeramente una situación y luego una bendición. La situación es delicada, se define en dos palabras desierto y soledad. El desierto es el lugar donde la vida es imposible, donde no hay nada de lo que se necesita; soledad es el desierto del alma. En ninguna de estas circunstancias se puede sobrevivir. Esta es, sin duda, la experiencia personal de muchos. Están en el desierto donde no hay vida y pueden sentir, desde su perspectiva personal, en medio de aflicciones profundas que se ha extinguido toda posibilidad de salir de esa situación. Los fértiles valles de la alegría han dado paso a la muerta sequedad del desierto. A todo esto se puede añadir también la tristeza de la soledad. Es como transitar por un desierto sin compañía alguna. Nunca nos falta la del Señor, pero, por las circunstancias personales tampoco se siente en la dimensión necesaria. Es más bien la fe la que nos hace proseguir adelante con paso cansino y ojos llorosos. Pero, es ahí mismo, en esas circunstancias cuando Dios comienza a actuar: cavando aguas en el desierto. Es el pozo de la gracia que Dios mismo ahonda para nosotros. Es la tarea de la gracia que excava en la arena reseca del lugar donde no hay vida, para descubrir el manantial profundo de su misericordia. Las aguas fluyen, no en una dimensión mezquina sino grandiosa: torrentes en la soledad. Cuando Dios pone torrentes abundantes en nuestro desierto, desaparece la sed del alma y satisface nuestra necesidad con el torrente de sus delicias. Las corrientes de aguas, discurriendo por nuestro desierto, arrastran también nuestra soledad. Dios hace que sus aguas de salud nos alcancen en el páramo de nuestra vida y nos pongan en disposición para disfrutar la bendición que sigue. Aquel desierto sin vida se convierte en estanque de aguas. No hay que anhelar más, tenemos toda el agua de vida que necesitamos, no de una fuente pequeña sino de un depósito que contiene en abundancia cuanto deseemos. Junto al estanque, el sequedal se transforma en manadero de aguas. La cisterna puede ir secándose cuando no tiene aporte de agua, pero en este caso, nuestra reserva está surtida por las aguas que brotan permanentemente de Dios mismo. Mira ahora a Su gracia, nunca nos faltará lo necesario. Seremos siempre bendecidos por el Señor. El transforma nuestra miseria en alegría y pone delante de nosotros la bendición continuada para el tiempo que tengamos por delante.
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Escrito por:
Pastor Samuel Pérez Millos
Fecha de publicación
7/9/2012 4:38 PM
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