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GRANDE BONANZA.
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“Pero Él dormía... Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza” (Mt. 8:24, 26). La calma que Cristo da es la verdadera calma, pero no viene sino después de la tempestad y de la tormenta. Nosotros tenemos en nuestra vida días de quietud, pero, repentinamente nos vemos sacudidos por el violento turbión del viento desencadenado y azotados por las olas embravecidas que golpean la barca de nuestra vida. Muchas veces tenemos que luchar con movimientos contrarios, que creemos superiores a nuestras fuerzas. Miramos a nuestro entorno y sentimos un profundo temor por lo que nos sacude sin misericordia. No importa cuál sea el motivo. Acaso la pérdida de nuestros medios de vida, tal vez la partida de uno de los nuestros, incluso una enfermedad que repentinamente se ha presentado. Todo ello es como las olas violentas del relato de los discípulos en el Mar de Galilea. Aquellos hombres dejaron de confiar en cuanto tenían. La barca, aparentemente segura, se llenaba de agua y a pesar de sus esfuerzos no podían sacar toda la que entraba por las olas que la golpeaban. Las fuerzas que habían empleado a fondo para avanzar en medio del viento, se agotaban. Con ello, toda la esperanza se perdía. Mientras tanto hay una nota que aparentemente es incomprensible: “Pero él dormía”. Jesús dormía como si no le importase la situación comprometida de sus discípulos. El viento les era contrario, pero Él dormía; las olas inundaban la barca, pero Él dormía. Aquellos hombres estaban aterrorizados, se aprecia en el relato. No tenían nada, pero allí, dormido, estaba Jesús. Es en el momento de mayor dificultad que deciden acudir a quien realmente podía solucionar el problema. El trance más grave, las tempestades más violentas, son las luchas contra nosotros mismos. Jesucristo dormía mientras rugía la tempestad, pero cuando la barca, cubierta por las olas zozobraba, los discípulos se dirigieron a Él y lo despertaron. El Salvador no es buscado sino por creyentes necesitados. Pero cuando la plegaria se convierte en grito, cuando las fuerzas debilitadas no logran el propósito de mantenernos a salvo, es cuando sentimos que realmente el Señor viene en nuestra ayuda, comenzamos a sentir que Él duerme para que le despertemos y veamos la gloria de su Persona y la grandeza de S u poder, que reprende a los vientos y al mar, para que se haga una gran bonanza. El poder de los elementos desatados es grande, pero mayor es el poder de Jesús. El que creó el viento y el mar, puede poner orden en Su creación y resolver el conflicto. Cuando Cristo interviene en la tormenta que sacude la vida de un hijo Suyo, la recuperación de la calma y de la paz se producen también. La oración del creyente en el conflicto recibirá como respuesta la bonanza grande para su vida. No quiere decir que la enfermedad se resuelva, que el problema se solucione, pero aún en situaciones difíciles, la paz de Dios llenará el corazón antes inquieto y temeroso. Quiero recordar en mis pruebas que el Señor está cerca de mí. Esta es Su promesa: “El guardará en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en Él persevera, porque en Él ha confiado” (Is. 23:6).
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Escrito por:
Pastor Samuel Pérez Millos.
Fecha de publicación
3/20/2017 11:42 PM
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